“Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15)
Dios se encarga de unir a dos personas distintas, les da Su bendición para que ambos trabajen en la conquista de sus sueños y construyan una generación para Él. Implica que se conviertan en un ejemplo para su descendencia física y espiritualmente y así lleguen a impactar generaciones enteras (Proverbios 18:22). Pero para alcanzar una familia sacerdotal debemos tener en cuenta cinco aspectos:
1. Tener una Palabra Rhema para cada uno de sus hijos
“Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días” (1 Samuel 2:35).
Este es un verso muy especial para mí, pues fue el primero que le hice memorizar a mi hijas cuando ellas eran pequeñas. En cierta ocasión, mientras predicaba en California acerca del mismo, el Espíritu Santo me mostró que cuando ellas eran sólo unas niñas, el hacerles repetir esta promesa, estaba marcando su naturaleza y su futuro. Sé que todo lo que han podido lograr en Dios, y aún que lo harán por El, será el fruto de esta declaración. Cuando ellas lo proclamaban era un decreto que se levantaba en el cielo y Dios hizo que se hiciera realidad.
Luego el Espíritu Santo me reveló lo que Ana, la madre de Samuel, hizo para que esta promesa fuera efectiva. A pesar de que hubo un tiempo cuando se practicaba la separación entre madres e hijos, ella pudo, desde que su hijo era pequeño, pronunciar y profetizar sobre él. Por eso aunque luego Samuel vivía en un lugar y Ana en otro, ella tenía paz y él fue ungido todos los días de su vida. Ore con su esposo al Señor y pídanle que les revele, cuál es la palabra rhema para cada uno de sus hijos. Luego profetícenla sobre ellos y así estarán marcando un futuro de bendición para cada uno de ellos.
2. Sin resentimiento en el corazón
Todas las mujeres pasamos por circunstancias donde aparentemente sentimos que algunas personas son injustas con nosotras. Todos los seres humanos somos vulnerables a esto. Tal vez exista alguien que nos traiciona, que nos decepciona, que nos atropella con palabras, o alguien que nos hiere constantemente, por lo que nos sentimos decepcionadas y llenas de rencor haciéndose difícil perdonar. Pero quiero decirle que la primera causa por la cual se puede llegar a perder toda la bendición que Dios tiene para la mujer, es por el resentimiento y la segunda cuando se tienen en el corazón heridas, uno dice que perdona pero no olvida (la realidad es que no se ha perdonado). Cuando una mujer aún tiene dolor en su corazón no puede heredar estas bendiciones, por eso debe cuidarse de no guardar resentimiento, su corazón debe estar totalmente sano, para así poder heredar cada una de las promesas que Dios tiene para su vida.
3. La sobreprotección a los hijos
Elí perdió el fruto porque sobreprotegió a sus hijos, pues aunque veía sus faltas nunca los disciplinó (1 Samuel 2:29). A veces uno tiene una venda en los ojos y justifica las malas acciones de un hijo, debemos pedirle al Señor que imparta un criterio de justicia y que quite la venda para que tengamos un amor completo y equilibrado, en el cual se refleje el cariño, pero que junto a él esté la corrección y la disciplina la cual se debe hacer con amor.
Cuando hay un espíritu de sobreprotección, se pierde el fruto. En el caso de Elí, aunque tenía profecías de bendición, todas fueron invalidadas y la bendición que tendría que haber reposado sobre su casa pasó a la vida de Samuel.
Muchas veces, nuestros padres o abuelos han permitido la sobreprotección y esto ha traído maldición a nuestra vida. Debemos orar para que Dios cancele estos argumentos y así poder ver gran fruto en nuestra vida y ministerio.
4. Dios quiere darnos una nueva naturaleza
Todos los que hemos tenido la oportunidad de ser aceptados por Dios, lo primero que llegamos a experimentar es nuestro cambio de nombre. Los nombres tienen un gran significado, pues están muy relacionados con el carácter de las personas. Un ejemplo sencillo: Todos los centros comerciales tienen un nombre que los identifica, y por el nombre uno relaciona la clase de producto que tienen, pues los almacenes a través de los nombres han logrado determinar la naturaleza de sus productos.
Algo que aprendemos a lo largo de las Sagradas Escrituras es la importancia que Dios les daba a los nombres, pues ellos estaban relacionados con la personalidad y la naturaleza de cada uno. Abel, el hijo mayor de Adán, en relación a los de su época, vivió muy corto tiempo, ya que muchos llegaban hasta los setecientos años en aquel entonces. Al ver el significado de su nombre: “Soplo”, entendemos por qué su vida fue tan breve. Abraham, quien antes se llamaba Abram (padre enaltecido) era un hombre que no había tenido hijos. Su esposa Sara era estéril, pero a pesar de ello él manifestaba la naturaleza de padre enaltecido y un día Dios le dijo: Ahora no te llamarás más padre enaltecido, sino que te llamarás “padre de muchedumbres de gentes”; Dios le cambió el nombre porque quería que su marca sea: Padre de multitudes.
El significado de Isaac es “risa”; cuando él nació muchos se reían porque Sara siempre dijo: Soy anciana y si a mi edad tengo un hijo a todo el mundo le dará risa, éste fue un hijo que trajo mucha alegría y gozo a su hogar.
Sara antes se llamaba Saraí, lo cual significa: princesa triste. Ella era una mujer muy triste porque no podía concebir hijos, era estéril, pero Dios cambió su nombre y le dijo que ya no sería más una triste princesa, sino que desde ahora sería Sara, princesa; El Señor le quitó la palabra tristeza y la convirtió en una princesa radiante.
Jacob, hijo de Isaac, desde el vientre de su madre peleó con Esaú, ambos luchaban por su primogenitura. Esaú se adelantó y nació primero y al hacerlo Jacob lo tomó del carcañal, como deseando detenerlo para salir él primero. Rebeca llamó a su primer hijo: Esaú, que quiere decir: “rojo”, y al segundo lo llamó Jacob lo cual significa: “El que toma del calcañal o el que suplanta”. Todos lo llamaban el suplantador o el que quiere tomar el lugar de su hermano.
Toda su vida él fue así, cuando tuvo un encuentro con Dios en Peniel, y durante una noche de oración peleó con el ángel antes que rayara el alba, él le dijo: Tu te llamas… y él le contestó: Me llamo Jacob, suplantador y el ángel agregó: A partir de hoy tendrás otro nombre: Un príncipe de Dios y al ser cambiado su nombre fue cambiada su naturaleza (Génesis 32: 26-28).
5. Dios quiere cambiar nuestra debilidad en fortaleza.
Cada una de nosotras tenemos que batallar con diferente clase de temores, muchas veces nos espanta el tener que enfrentarnos a ellos, pero he podido entender que en las manos de Dios nuestra debilidad es transformada en una gran fortaleza. Pablo dijo: “Se siembra en debilidad, resucitará en poder” (1 Corintios 15:43b). Cuando uno muere a su debilidad, va a resucitar en poder, y eso que era su flaqueza se convertirá en su mayor fortaleza. Por ejemplo, si su debilidad era la esterilidad ministerial, en las manos de Dios, usted será transformada en una mujer con fruto abundante para El, pues el Señor en un momento le dará las multitudes. Aunque Abraham y Sara no podían tener hijos, Dios los hizo padres de naciones. Así, la debilidad de ellos se convirtió en su mayor fortaleza.
Cuando llegamos a Jesús, experimentamos el milagro que nos hace nacer de nuevo y Dios cambia nuestra debilidad, convirtiéndola en fortaleza. Yo era una mujer muy temerosa que no podía hablar en público, tenía mucho miedo a enfrentarme a los desafíos y a las conquistas, pero cuando tuve un encuentro maravilloso con el Señor y nací al ministerio, el temor se fue disipando y nació el don de la fe. Yo no sé cuál será su debilidad, pero El la hará desaparecer y usted tendrá un corazón puro como el de un niño. Si su debilidad era la duda, ésta se extinguirá y nacerá una fe genuina, la cual le permitirá alcanzar grandes cosas en su relación con Dios.
Mi madre es un gran ejemplo para mí y una tremenda líder. Ella hizo un mural en la pared de mi casa (antes que papá se comprometiera con Dios y que mis hermanas fueran pastoras) el cual decía: “…Yo y mi casa serviremos al Señor” (Josué 24:15) y hoy en día tanto mis padres como mis hermanos, somos una familia que servimos al Señor. Las circunstancias no la detuvieron, ella creyó y le cambio el rostro al hogar aunque vivía en medio de dificultades y muchos disgustos. Mi mamá decía que ella y papá eran como el agua y el aceite, pero el Señor cambió la naturaleza de su matrimonio y ahora son agua pura. A ella le tomó cuarenta y cinco años darse cuenta de que ambos eran diferentes pero uno en Dios; a usted puede tomarle sólo un momento.
Hoy el Señor cambia su naturaleza y la transforma en una mujer firme en la fe y en Su Palabra. Usted será como una esponja que absorberá cada bendición preparada por Dios, y El la verá como una persona que nunca ha traspasado la ley. Su oración será tan sincera, que tocará el corazón de Dios y El le dirá que, aunque tenía un saldo en rojo, su deuda está cancelada.
El Señor entrará en pacto con usted y levantará una nueva generación que le glorificará, no sólo formada por sus hijos naturales, sino también por sus discípulas porque El quiere darle una familia sacerdotal.
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