Pastor Cesar Castellanos D.
“Y amaba Israel a José más que a todos sus hijos, porque lo había tenido en su vejez; y le hizo una túnica de diversos colores” (Génesis 37: 3)
Usted recordará que Dios le cambió el nombre a Jacob por el de Israel. Jacob quiere decir “suplantador”; y el Señor le cambió este nombre por “príncipe con Dios”. Jacob tuvo doce hijos, y uno de los menores era José. Este hijo le había sido concedido en su vejez, y él estaba muy ligado en su corazón a José. Preste atención a esto y póngale entendimiento: El hombre lleva seis mil años de existencia en el planeta tierra, pertenecemos a la última generación. El número siete significa “descanso”. En seis días hizo Dios los cielos y la tierra, y en el séptimo descansó. Llevamos seis mil años de existencia del hombre; falta un milenio para el descanso, que es el milenio donde Cristo reinará en esta tierra. Nosotros somos la última generación, somos los últimos hijos de Dios. Dicen las Escrituras que Jacob amaba a José porque lo había tenido en su ancianidad. Dios nos ama por que nos tuvo en su vejez, en su postrimería, porque somos los últimos hijos de Dios, somos la última generación.
Uno de los problemas que vive la juventud de hoy día es el desamor, donde constantemente está en busca cariño, pero no lo encuentra. Los jóvenes quieren que los padres les den amor, pero los padres modernos tienen una forma curiosa de expresarlo, dándoles cosas. Se les pasa por alto, se les olvida brindar el afecto. El hijo le dice: “Papá, ¿cuándo me llevas a ver un partido de fútbol (o basketball, o cualquier otro deporte)?”. Y el papá le dice: “Vea hijo, ten ahí algo, y cuando puedas vas a verlo tú con tus amigos”. El joven dice: “Bueno, pero lo que yo quiero es a mi papá, no su dinero”. Los padres hoy en día reemplazaron la parte del afecto con dinero, objetos, detalles. Y con esto no quiero decir que todo ello no sea bueno, solo que nada puede suplantar el sentirse amado, cubierto y consentido por un padre. A cuántos nos es necesario saber que somos importantes para alguien; a cuántos nos hace bien saber que existe una persona que se preocupa en gran manera por nosotros. Yo creo que a todos.
Un joven me confesó cierta vez en una ministración: “Cuando recibí mi grado de bachiller fue el día más triste de mi vida. Yo me gradué con altos honores, fui el mejor de toda la Institución, pero mi mayor deseo era que mi padre estuviera allí para ver mi triunfo; anhelaba presentarle ese trofeo a mi papá. Mas hacía muchos años que él se había ido de casa, de modo que no tenía a quien entregarle mi título, y bajé aquellas gradas muy apenado, llorando, de tal forma que no me importaban ni el grado ni los honores”. Luego agregó: “Hace unos minutos, cuando estábamos orando, me sucedió algo increíble. Regresé a ese mismo auditorio donde me estaban entregando el diploma, con una diferencia, vi a mi padre sentado en las sillas de atrás. Yo lo vi a él, pero no era mi papá humano, era mi papá Dios. Y ya no había tristeza en mi corazón sino una gran alegría porque a Alguien le importaban mis triunfos, mis éxitos. Yo quería compartirlo con Él y bajé corriendo las escaleras, caminé por el pasillo y luego mi padre Dios salió al encuentro. Él me abrazó y me dijo: Hijo, te felicito. Me siento tan orgulloso de ti”. El muchacho continuó: “Toda la ira, todo el enojo, todo el dolor que yo tenía por causa de que mi papá, que nunca se preocupó por mí, en ese momento se fue. Porque yo ya tenía el amor de mi padre Dios”. ¡Que importante es para uno saber que tenemos un Padre que nos ama!
Dios es sumamente real, y a la vez, es un Dios personal. Quien conoce a Dios como su verdadero padre y su verdadera madre nunca más volverá a ser el mismo. Lamentablemente, las personas que más dicen amarnos son las que más nos hieren, son las que más nos ofenden, son las que usan las palabras más fuertes y duras para hablar con nosotros, son las que nos han castigado injustamente. Y uno muchas veces piensa: “Si me hubiese escarmentado por eso o aquello, de eso sí que hubiera tenido razón; ese sí hubiese sido un correctivo bien aplicado. Pero cuando me castigó por eso otro, no correspondía”. Entonces, uno acumula muchas heridas. Más cuando uno tiene una intimidad con Dios y sabe que el Padre nos ama, todas las heridas emocionales son curadas. Yo quiero decirle que usted puede tener éxito profesionalmente, usted puede incluso llegar a tener mucho dinero, puede realizar o alcanzar muchos ideales, pero si su corazón está quebrantado y no sana sus heridas, se sentirá el ser más miserable de este planeta; porque es como tratar de cubrir un castillo con hojas de parra. Usted tiene que ser muy sincero consigo mismo, debe entender que necesita la sanidad. Por lo cual, procure trabajar por la restauración de su alma y entender que hay un Padre que le ama, que le ama en gran manera, que le ama tanto que para su salvación dio lo que Él más quería, su único hijo, Jesucristo. No hay mayor muestra de amor que esta. Y Dios expuso su amor para con nosotros en que siendo aun pecadores Cristo murió por nosotros, para que recibiéramos vida. Cuando aceptamos a Cristo en el corazón y decidimos vivir para Él, estamos correspondiendo el amor del Padre. El amor debe tener reciprocidad; el amor no debe ser unilateral, es decir, de un solo lado; no debe suceder que solamente Dios nos ame y nosotros no le mostremos ninguna expresión de amor. No, no puede ser así; nosotros tenemos que dar señales de amor, muestras de afecto, expresiones de cariño, y la única manera de hacerlo es entregando totalmente nuestro corazón a Jesús, rindiéndole nuestra vida entera.
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